Extracto de la entrevista al arquitecto Ramon Sanabria, próximamente completa en el libro “Palabras a Mano Alzada”
Esta entrevista tuvo lugar en la sobremesa de un domingo de diciembre en el restaurante del Reial Cercle Artístic de Barcelona, junto a la sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña.
La conversación sobre el estado de la profesión y las enseñanzas de arquitectura, los concursos, los libros de arquitectura y otros asuntos particulares se fueron entrelazando, así preparamos el arranque de lo que viene a continuación, que no es sino una mirada hacia el pasado y el futuro para tratar de percibir con mayor claridad el presente arquitectónico de Ramón Sanabria.
Ramón Sanabria: Soy un tipo sencillo. No esperes de mí grandes revelaciones.
Ricardo Merí: Bueno, el objetivo de este libro es conocer mejor a los arquitectos que hemos publicado; que el lector tenga otra aproximación a vosotros. Y hemos pensado que la mejor manera era mediante vuestros bocetos, de los proyectos, de los dibujos de viajes, y también con aquello que surge de fondo durante una conversación. Cada uno de vosotros tenéis una manera de hacer.
RS: Para mí el dibujo y la acuarela han ido siempre conmigo.
RM: Tu dibujo de Nueva York en la exposición que acabáis de inaugurar desde Arquitectos por la Arquitectura, me recuerda a los de Paul Rudolph.
RS: Varias veces al año voy a Pittsburg a ver a mi hijo y hago escala en Nueva York. Como he de cambiar de terminal prefiero quedarme una noche en Nueva York y aprovecho la tarde para pasear. Llevo una cajita pequeña de acuarela de Windsor & Newton. Dibujo y le pongo una nota de color. Más que acuarelas, pongo un poco de color al dibujo.

RM: Yo hago lo mismo cuando viajo. Pero tengo una caja de acuarelas de viaje de Schmincke, de las del pulgar.
RS: Ahora estoy viajando bastante a Estados Unidos. Aprovecho para quedar con mi hijo en diversas ciudades. Ya he estado antes en muchos de esos lugares. Estuve como profesor, cuando éramos jóvenes, con Esteban Bonell, Manuel Brullet, Quico Rius… No sé cómo lo hacíamos, apenas teníamos dinero, pero viajábamos mucho. Y ahora que he vuelto a esos lugares, veo las cosas diferentes. Parte del tiempo me dedico a dibujar y fotografiar, porque cuando uno dibuja lo mira todo más intensamente, mira otras cosas, las proporciones, las luces, las sombras, las texturas…
RM: Al final tiene que ver también con la formación que recibimos, ¿no?
RS: Nosotros en la Escuela de Arquitectura hacíamos dibujo artístico. (Así se llamaba). Recuerdo que dibujé todo el hospital de Sant Pau durante un trimestre. Eso no solo te da una habilidad para con el lápiz, te da un saber mirar y saber mirar quiere decir también entender y establecer relaciones entre lo que miras. Es clara, la diferencia entre ver y mirar.
RM: Y sintetizar.

RS: Sí, sintetizar. Pero más aún te diría, limpiar mentalmente y quedarte con la esencia. Durante estos años con Ramón Artigues (25 años), aprendimos a quitar, más que poner. Por eso las mejores obras que hemos hecho han sido aquellas que han durado mucho tiempo, y el tiempo es bueno para quitar. Por ejemplo, el Auditorio de Lleida duró cerca de dieciocho años. El hospital de Olot ha durado doce años. Hay gente a la que no le parece bien que las obras duren tanto. Para mi es bueno, tratándose de Arquitectura, porque da tiempo para reflexionar, para recorrer los caminos que indica la obra, para modificar, para entender mejor el propio proyecto, que llevas entre manos, el proyecto termina cuando termina la obra. Soy lento. Eso me pasa también con la acuarela. La acuarela es rápida, pero a mí no me gusta que sea rápida. Me entretengo mucho en el dibujo y pongo la acuarela al final, cuando todo lo he mirado y captado. Entonces pongo un poco de brillo y ya está. Creo que la arquitectura necesita tiempo. Hoy en día adolecemos de esta falta de tiempo. Todo va demasiado rápido. Tienes que ser muy eficiente y competitivo. Y la verdad es que yo no lo sé hacer. Me he acostumbrado a una manera de trabajar. Recibí una enseñanza que me ligaba a generaciones anteriores. He estado vinculado siempre a generaciones mayores, recibí una enseñanza basada en los principios del movimiento moderno. Y a partir de ahí, he ido evolucionando y adaptándome. Hoy en día hay mucha producción y poca reflexión, creo. Esto, para mí, no es bueno. Necesito volver y volver, y plantearme las cosas una y otra vez… y limpiar, y limpiar.
RM: Algo parecido decía, con un punto de fondo amargo, Livio Vacchini en una conferencia que dio en Valencia, que se ha perdido la libertad para pensar.
RS: Vino a Barcelona también y dio una conferencia fantástica . Cuando acabé la carrera, hice un curso de doctorado con Rafael Moneo sobre el templo griego y fue la primera vez que entendí la importancia del giro en arquitectura. Y Vacchini, en aquella conferencia, habló sobre ello, sobre como giran los edificios.
RM: Me decías antes que tu padre y el de Ramón Artigues ya eran socios.
RS: Sí, eran socios y se dedicaban a construir en Lleida. Mi relación con Ramón Artigues viene de siempre, las familias estaban muy unidas. Yo creo que el destino y alguna casualidad decidieron que nos juntáramos en la Escuela de Arquitectura. Yo era muy joven, recién acabada la carrera, había ganado el concurso de la Diputación de Huesca, y en la cátedra que después fue de Oriol Bohigas necesitaban un profesor joven. Fue Esteban Bonell quien me propuso.
Era un grupo de arquitectos sorprendente, les llamaban la “cátedra roja”, porque la mitad eran extremistas de izquierda. Allí estaban Esteban Bonell, Ramón Artigues, Manuel Brullet, Quico Rius… Yo empecé con ellos. De hecho, mi primer año en la escuela fue como ayudante de Esteban Bonell. Era tan joven que los alumnos me confundían como un alumno más. Tenía veintitrés años cuando empecé a dar clases. Bohigas entró en la escuela, le pidieron firmar los principios del movimiento, no quiso y le echaron. Luego cuando murió Franco entró nuevamente, debía ser el año 1976, y lo hizo en nuestra cátedra. Realizó una reestructuración, aunque yo era todavía muy joven y apenas tenía obra, Bohigas había estado en el jurado del concurso de la Diputación de Huesca y quiso seguir contando conmigo, y así fue como empecé en la Cátedra Bohigas.
En esa cátedra he estado hasta hace poco (42 años en total). Con el tiempo tuvo varios cambios, pero yo no me moví nunca de allí. Artigues también estaba y con el tiempo acabamos dando clases juntos durante algunos años. Así nos descubrimos: las familias se conocían mucho, pero nosotros apenas habíamos tenido trato personal. Nos entendimos tanto dando clase que nos hicimos socios. Una historia divertida, nuestros padres fueron socios y nosotros también. Fuimos socios desde el año 79 hasta el 2005 que él se retira, y yo sigo. Nos vemos muy a menudo, mantenemos una gran amistad y además nos complementamos y nos ayudamos en multitud de cosas no necesariamente vinculadas al trabajo. Yo era el más joven del grupo, como tal, me tocaba preparar las exposiciones, las publicaciones, organizar las entregas… Oriol Bohigas era encantador. Recuerdo que fue una época muy intensa, era joven y estaba con los grandes; Alfons Soldevila, que había sido mi profesor en la escuela, también estaba en la cátedra. El espectáculo de estar al lado de Bohigas es indescriptible, no se paga con dinero el haber estado a su lado durante años. Fue un aprendizaje magnífico. Asumíamos con fe ciega las enseñanzas del movimiento moderno. Está tan arraigado en mí por la enseñanza de aquellos años y por los compañeros de cátedra, que es muy difícil separarme de eso. No puedo. Creo que no podría hacer esas arquitecturas incontinentes, no podría, ni sabría. No solo es un problema de capacidad, si algo no te interesa no lo haces. A mí me ha gustado siempre transmitir a los alumnos una cierta coherencia. Siempre he intentado que los proyectos de los alumnos fueran lógicos y consecuentes y, a veces, que incorporaran el silencio como un valor de la Arquitectura, ante tanto ruido.

RM: ¿Qué cosas cambiaron cuando se retiró Ramón Artigues?
RS: Muy poco con relación a la arquitectura que hacíamos. Metodológicamente quizás algo más, porque estar solo es más difícil. El diálogo es enriquecedor, creo que desde siempre hemos estado haciendo el mismo proyecto, son diferentes versiones de un mismo problema. Y de ahí surge algo que no es ni del uno ni del otro, es una cosa nueva. Cuando estás sólo tienes que volverte mucho más reflexivo. Me he vuelto mucho más solitario en mi vida profesional y personal, desde que Ramón se fue del estudio, me he acostumbrado a meditar más y también a dudar; tengo necesidad de pensar mucho más las cosas. Antes, a través de nuestros diálogos surgían las soluciones. Ahora necesito una cierta soledad. He perdido la capacidad de dar respuestas inmediatas, necesito pensármelas mucho más.
El nuestro es un estudio con una experiencia larga en años. Tengo dos jóvenes asociados que llevan a mi lado más de 20 años, y también dos aparejadores que deben llevar ya cuarenta años conmigo. Nosotros, sin el valor de la construcción, no sabríamos hacer arquitectura. Para mí la construcción es la base. La herramienta básica para producir arquitectura. El proyecto me puede interesar desde otros puntos de vista, como la acuarela que hablábamos antes. Pero no puedo entender la arquitectura sin construcción. Necesito soportes técnicos, siempre. En el estudio los aparejadores nos ayudan mucho, no solo en obra sino también en la realización del proyecto. Después tengo gente muy próxima desde hace muchos años. Somos un equipo, ya estamos hechos a una determinada manera de hacer las cosas. Somos lentos, rigurosos y perfeccionistas. A veces en exceso, quizás.
RM: ¿Un arquitecto puede ser excesivamente riguroso?
RS: Bueno, recuerdo que alguien dijo: “No temas la perfección, porque jamás la conseguirás”. Me interesa la perfección, y gran parte de mi tiempo, en las direcciones de obra, la dedico a conseguir que esta perfección sea compartida por todos.
RM: Esto explica también por qué a João Álvaro Rocha le gustaba trabajar contigo. Él pensaba lo mismo.
RS: Quisiera hacer una distinción entre buena construcción y bien construido. La buena construcción se da cuando todo lo que tiene que construirse está incluido en el proyecto y viene del mundo de las ideas. Lo bien construido es cuando aquello tiende a la perfección. Evidentemente, hay obras importantes de la historia de la Arquitectura que tienen buena construcción, y no necesariamente están bien construidas. Lo entiendo, lo valoro, lo acepto, y te apasionas al visitarlas. Pero hay otras que necesitan además estar bien construidas, porque si no están bien construidas no se comprenden las ideas que hay detrás. A menudo, supone un gran esfuerzo alcanzar la neutralidad. Lo austero es siempre elegante.
Mies decía: “Solo aceptamos problemas de construcción, no de forma”
El ejemplo de los hospitales es claro. Son unos edificios complejos, son lugares donde se trata con los sentimientos: la ansiedad, el miedo, el dolor… Pienso que los hospitales deben ser edificios neutros. Visité muchos hospitales antes de enfrentarme al primer proyecto, fueron muchos los temas que me interesaron: que una parte del edificio no tuviese necesariamente relación con el mundo clínico, que las esperas de familiares, amigos, etc. tuviesen la soledad y discreción necesarios, que la luz natural estuviese muy presente, aun en las estancias más técnicas. Uno de los temas que también me preocupó fueron los techos. Hay muchos enfermos que pasan muchas horas, mirando el techo, al estar tendidos. Recuerdo que ya lo decía Aalto, refiriéndose a Paimio. Normalmente los techos de los hospitales están llenos de cosas: los falsos techos reciben una gran acumulación de elementos; las luces son hirientes, los difusores y los retornos del aire, los detectores, los altavoces… En todos nuestros proyectos de hospitales y clínicas hay un gran esfuerzo para minimizar la existencia de estos elementos. Es un esfuerzo inmenso, no te lo puedes imaginar. El trabajo proyectual es para que quede lo más limpio posible y todo esté tranquilo; para que no haya encuentros extraños. Igual ocurre en los aeropuertos. Estos espacios tienen que incitar a la calma y la tranquilidad. Se genera mucho estrés en estos lugares. Conseguir esta sencillez en arquitectura, que el ambiente sea neutro y no tensione, es importante, es difícil y complicado. Sobre todo eliminar y suprimir, para que eso sea posible. Por ello, necesito tiempo para hacer el proyecto y la obra, porque sin tiempo todo se complica y dificulta el resultado. Es una labor que no se ve, pero es agradecida porque después esta neutralidad provoca ambientes relajados y tranquilos, todo está en su sitio, como si siempre hubiera estado. Esto es lo que me gusta. Que apenas se note mi intervención.


RM: Alguien ajeno a la profesión no lo puede explicar pero lo nota.
RS: Exactamente, esto es lo que pasa en gran parte de nuestros edificios. Todo ello forma parte de una voluntad personal, una voluntad también de no querer estar fuera de lugar, de sentir que el uso y la permanencia son valores importantes de la Arquitectura. Artigues y yo somos de Lleida. Siempre hemos sentido la necesidad de no estar fuera de lugar, hay algo de timidez en esa actitud. Fuera de lugar con relación al entorno, pero también para con nosotros mismos, y nuestras obras para que nadie cuestione lo que hacemos. En todo ello hay una voluntad de sencillez, y discreción.
RM: Lo que estás contando creo que tiene un significado más allá de la prudencia.
RS: Con Ramon siempre nos planteábamos cómo serían nuestros edificios después de veinte años de inaugurarse, e inmediatamente empezábamos a quitar cosas, y corregíamos algún exceso, y yo sigo haciéndolo. Es una manera de ser. Venimos de una zona pobre, en Lleida solo hay dos edificios de piedra: el Ayuntamiento y nuestro Auditorio de música. Solo hay casas con adobe y paredes macizas porque el sol del oeste es muy castigador. Todo muy macizo. Lo tectónico siempre nos ha interesado, creo que lo llevamos dentro. A medida que me voy haciendo mayor me siento más próximo a ese mundo. Me apasionan estas arquitecturas casi de emergencia, arquitecturas de barro. Me apasiona Josep Guinovart y la transmisión que tiene en su pintura de las esencias de la tierra. Me interesan muy poco las florituras y las sofisticaciones exageradas, eso me pone muy nervioso. Y no por ello me dedico a arquitecturas domésticas. He construido edificios de grandes dimensiones. Uno de los temas que más me interesa es la adaptación a la escala. Hay arquitectos que dominan muy bien lo pequeño, pero con lo grande se pierden, y viceversa, otros dominan lo grande y con lo pequeño se distraen. Ser muy preciso no me quita experimentar sobre lo grande, es más, lo entiendo como un desafío para poder alcanzar esa neutralidad
Hace muchos años estuve en Oporto con mi mujer fotografiando las obras de Siza para un número de Quaderns . Pasamos varias semanas con Siza, y recuerdo que Alvaro me dijo una cosa que siempre he recordado:
Se tiene que mirar de lejos para después mirar de cerca, para después mirar de lejos, para después mirar de cerca… Porque si uno solo mira de lejos cuando quiere mirar de cerca lo ve borroso, y si uno sólo mira de cerca y luego quiere mirar de lejos también lo ve desenfocado. Uno no puede volverse miope en arquitectura.
Un ejemplo: estábamos diseñando la sección de un mostrador para el aeropuerto de Murcia y te das cuenta de que tiene cien metros de longitud. Está muy bien atender el detalle del mostrador pero hace falta ver qué pasa desde la dimensión. Y esta idea de que todo “ligue” la aprendí hace años de João A. Rocha.
RM: Bueno, esto tiene mucho que ver también con aquello que decía Távora de que en arquitectura hasta que todo está bien nada está bien.
RS: Con João hicimos varios trabajos y concursos, uno de ellos para un hospital en Camerún. Él ya estaba enfermo. Entonces nos comunicábamos los domingos por la tarde, hablábamos mucho por teléfono. Y yo le decía “hombre João, pero si es un concurso, cómo vamos a diseñar la habitación a 1:20”. Él me respondía que no se trataba de la escala, sino de entender lo que estábamos haciendo y, por lo tanto, teníamos que dibujarlo a 1:10 si era necesario. João me influyó mucho. Cuando le conocí hace años ya me impactó, y esta influencia me ha acompañado siempre. A João lo quise mucho, creo que fue mutuo. Hay muchas veces que pienso en él, en cómo él resolvería un problema que tengo entre manos, fue magnífica nuestra amistad, una gran amistad.
Visita la sección de Ramón Sanabria en Tienda TC o su monografía, titulada Arquitectura 2000-2010
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“ No temas la perfección, porque jamás la conseguirás”, bella entrevista, gran arquitecto Ramón.