Publicado primero en : TC 124/ 125- Eduardo Souto de Moura Habitar. Arquitectura 2005- 2016
Autor: Ricardo Merí de la Maza
“Il primo principio di una teoría credo che sia l’ostinazione su alcune temi e che sia propio degli artista e degli architetti in particolare il fatto di centrare un tema da svolgere, di operare una scelta all’interno dell’architettura e di cercare di risolvere sempre quel problema”
Aldo Rossi
De todo lo que aprendí mientras colaboraba con Eduardo Souto de Moura hay una cosa que sigue meridianamente clara y siempre presente conmigo en todo lo que hago: la persistencia.
Recuerdo con cariño una de las últimas conferencias que Livio Vacchini nos regaló en Valencia y sus palabras aún regresan a mí con el mismo brillo. Decía Livio que el arquitecto no piensa en muchas cosas, que se centra en unos pocos temas, porque somos obsesivos. Afirmaba que una de las cosas más bellas de nuestra profesión es, precisamente, poder pensar en los temas importantes, y nos advertía que no malgastásemos nuestras energías en resolver problemas sin importancia, recomendándonos que debíamos “andare a pesca di pesci grossi”.
La insistencia u obsesión con determinados temas es una de las características que comparten aquellos que reconocemos como maestros de la arquitectura. Hay temas que son personales o exclusivos de algunos arquitectos, otros por el contrario son transversales y se extienden en un momento temporal concreto al conjunto de la profesión. Pero existen unos pocos temas que son constantes en el tiempo y que además han formado parte de las preocupaciones de los mejores arquitectos de generaciones sucesivas. Son estos temas los que, a mi entender, merece la pena estudiar en profundidad.
Es posible reconocer varios de ellos en la obra de Eduardo Souto de Moura. Su presencia es constante, pero al tiempo inclusiva. Como en los grandes maestros del pasado, en su obra el cambio no está reñido con la permanencia y, aunque la búsqueda es tenaz, la aparición de un nuevo tema se suma a los anteriores sin desvirtuarlos.
De la obra de Eduardo siempre me ha interesado un tema en particular, precisamente porque, al reconocer su capacidad de contagiarse de unos maestros a otros, se me revela como uno de esos “pesci grossi” encomendados por Livio. Se trata del trabajo en la disolución del límite del espacio.
La modernidad se fundó, entre otras cosas, en la posibilidad de separar los diferentes sistemas que integran el hecho arquitectónico. Le Corbusier entendió este hecho probablemente con mayor claridad que nadie y lo fijó de manera normativa en sus cinq points d’une architecture nouvelle. Pero al hacerlo tuvo en cuenta lo que él entendía que eran las consecuencias más importantes de dicha disociación, de manera que sus cinco puntos actuaban a modo de “mandamientos” que garantizaban la consecución de unos objetivos, pero no explicitaban la amplitud de las posibilidades que dicha separación iba a permitir a la arquitectura.

Una de las consecuencias de la desintegración de la unicidad de los sistemas portante, compositivo, volumétrico-formal y espacial fue la posibilidad de modificar la relación espacial entre el interior y el exterior de los edificios. En la modernidad, el límite del espacio pierde su condición de frontera para ganar la de horizonte y de esa manera se transmuta tanto la percepción del espacio arquitectónico como las reglas de definición de su límite. A partir de ese momento esta aspiración pasó a convertirse, consciente o inconscientemente, en un tema recurrente para la arquitectura moderna hasta la actualidad.
La aspiración a la transformación del límite entre interior y exterior ha tenido desarrollos paralelos por una parte en las soluciones domésticas, la casa, y, por otra, en los programas de mayor escala. Las diferencias en los mecanismos constructivo-visuales desarrollados en ambos casos tienen en realidad más que ver con características morfológicas que programáticas, sobre todo con la altura y con el contacto con el terreno. La posibilidad física de integración del espacio interior y exterior otorga importantes particularidades al desarrollo del tema en la vivienda unifamiliar.
Mientras la habitación colectiva se convertía en el campo de batalla de una guerra por la salud y el bienestar del hombre, los arquitectos recogieron la casa como campo de pruebas y experimentación de las soluciones a los problemas genéricos del habitar, y el Arquitecto se apropió, por primera vez en la historia, de la creación del hogar particular que hasta la fecha había estado en manos de cada individuo, para llevar la casa al límite.
Seguramente, Mies van der Rohe fue el arquitecto moderno que más claramente trabajo sobre la arquitectura doméstica como laboratorio de investigación. La suya, sin embargo, no es una investigación experimentalista sino una búsqueda de la formalización de una sintaxis que ya intuía entre dos polos desde que proyectase los prototipos de la casa de hormigón y la casa de ladrillo para sí mismo. En la primera el volumen se rasga para recoger las aberturas y las carpinterías se superponen a la fachada, en la segunda los planos horizontales y verticales se independizan y las carpinterías se retrasan para remarcar la pequeña sombra del mínimo vuelo de las cubiertas. Las villas Krefeld, las exposiciones para la Werkbund y finalmente el Pabellón de Barcelona y la casa Tughendat constituyen el punto de solidificación de un lenguaje constructivo-perceptual que se alimenta tanto de los conceptos como de las aspiraciones de la modernidad para consolidarlos visualmente.

La arquitectura portuguesa no va a ser ajena a esta investigación colectiva, y el tema aparece de manera recurrente en las obras de numerosos arquitectos. La casa Lino Gaspar o la casa Sande e Castro son dos ejemplos significativos entre los numerosos existentes.

Algo posterior es la casa en Ofir de Fernando Távora, donde también está presente la temática en algunos mecanismos espaciales y constructivo-visuales singulares. En palabras de Álvaro Siza la casa de Ofir “provoca, nessa naturalidade, um autêntico sobressalto renovador; pouca gente é sensible, na época, ao facto de que utiliza uma estructura espacial moderna e nórdica”. La disposición y articulación de los espacios entre sí, la configuración de la estructura con la presencia marcada de las vigas de hormigón liberando el frente de contacto de los espacios con el jardín, o la solución particular de la carpintería de la sala buscan una interpenetración entre el exterior y el interior de la casa a modo de espacio continuo.

Precisamente Siza va a recoger el testigo de este tema desarrollándolo de manera muy personal en sus primeras obras. No se circunscribe a eliminar el límite de sus edificios, tampoco disuelve los planos para extender el interior de sus espacios. En sus primeras obras la apertura está condicionada por la mirada, y la extensión del espacio interior al exterior es un acto de apropiación que se ejecuta desde la presencia del espectador. Mirar es más que ver, es conocer, y los mecanismos contribuyen a la intensidad de una mirada prefijada, una mirada que transforma e intensifica. La mirada que Siza construye, a veces converge, a veces diverge, en ocasiones abre o en otras cierra, pero siempre transforma la realidad aportando un significado incrementado.

Pero quizás el mecanismo fundamental dentro de la temática que nos ocupa es el desarrollado en dos casas de un periodo de transición dentro de su obra, la casa Alcino Cardoso y la casa Beires, donde las soluciones constructivas de la sección de fachada acristalada suponen, posiblemente, “um dos mais influentes detalhes na arquitectura portuguesa contemporânea”.
La clave del mecanismo reside en su posicionamiento tangente y superpuesto a la propia cubierta, y separado de ella mediante el canal de recogida de aguas. Esto confiere al conjunto el carácter de membrana de revestimiento, logrando dos objetivos visuales simultáneamente. El primero se produce desde el interior, y está basado en la distancia que se genera entre carpintería y plano horizontal de techo, distancia que nos entrega el paso limpio del elemento y la perdida visual de su límite superior y le otorga al cerramiento un carácter intensificado de flotabilidad, diluyendo su presencia. El segundo objetivo se logra desde el exterior. La superposición hace desaparecer la cubierta, incrementando el carácter de levedad del conjunto, y creando la ilusión de que solo existe la membrana como dispositivo separador entre el interior y el exterior.
