El artículo «Auditorios», escrito por Ignacio G. Pedrosa, forma parte de la monografía «TC 152- Paredes Pedrosa. Arquitectura 2005-2021«.
En este texto, Pedrosa reflexiona sobre la evolución y el significado de los auditorios en su trayectoria profesional, destacando colaboraciones con José María García de Paredes y proyectos emblemáticos como el Auditorio Manuel de Falla en Granada.
Se enfatiza la importancia de la acústica, el diseño técnico y la conexión emocional que estos espacios establecen con la naturaleza y la sociedad.
Esta monografía recopila la producción del estudio Paredes y Pedrosa entre 2005 y 2021, ofreciendo una visión integral de su enfoque arquitectónico y su contribución a la arquitectura contemporánea española.

Auditorios
Ignacio G. Pedrosa
El espacio escénico y musical representa una constante reflexión en nuestro trabajo que aparece de distintas maneras a través del tiempo.
Unos han sido construidos y están a pleno uso como el de Peñiscola o el Teatro Valle Inclán en Madrid, otros muchos son concursos como los auditorios de Roma, Múnich o Málaga. Los primeros son colaboraciones con José María García de Paredes como el Auditorio de Madrid o el Palau de Valencia y en otros participamos activamente como en el de Murcia o en el Teatro de Cuenca, cuyas obras nos tocó concluir, atendiendo a los conciertos inaugurales en los que la constatación de la musicalidad y espacialidad de las salas produce la afirmación de la confianza en el estudio técnico y modelado de las secciones y en el conocimiento de la evolución de los espacios destinados a albergar música.
El cinco de febrero de 1995 la Quinta sinfonía de Chaikovski cerraba el concierto inaugural del Auditorio de Murcia, último de los espacios musicales proyectados por José María García de Paredes.
Habían pasado exactamente cinco años desde su desaparición cuando el extraordinario director Sergiu Celibidache puso a prueba las condiciones de la gran sala con un heterogéneo programa compuesto de obras tan dispares como son los conciertos de Mozart y Chaikovski y cuyo resultado sonoro le llevó a expresar, su plena satisfacción. Aquella noche ni siquiera el protocolo regio de la ceremonia inaugural podría haber conjurado la reconocida exigencia del director que al frente de la orquesta Filarmónica de Múnich, se empeñaba desde hacía varias décadas en transmitir su idea precisa de la Música.
Lejos de considerarla como un conjunto de bellos pero meros sonidos, Celibidache le otorgaba el carácter propio de un hecho trascendente que sólo alcanza plenitud en su propia ejecución en vivo, “la música -le gustaba afirmar- no es sólo sonido, sino que éste, en condiciones especiales, puede llegar a ser música”, una concepción del hecho musical que explicaba su rechazo a la grabación de los conciertos para su reproducción posterior.

Entendemos el auditórium como un tipo de edificio cuya idea conlleva la compleja herencia de los múltiples lugares, abiertos y cerrados, que han alojado la música a lo largo del tiempo.
Es un edificio que es útil a la sociedad y que ocupa un lugar significativo dentro de la ciudad, y es consecuencia del campo de fuerzas que constituyen los avances técnicos, el progreso de las sociedades urbanas y la evolución del arte, al compartir estrechamente, música y arquitectura, el interés por hallar la expresión de una nueva relación con la naturaleza.
Así en la reflexión constante en estos edificios se implica no sólo la audición musical sino también el edificio público en el que las personas se reúnen para encontrarse en el “ver y verse” que describe Ortega y en la repercusión que tienen en el plano de las ciudades en las que se insertan. Claramente hoy se sigue confiando en los auditorios la capacidad transformadora para la ciudad, y renovadora para la música, esperando de ellos el carácter referencial de su imagen, la máxima calidad acústica y la creación de una atmósfera adecuada para la vida musical.
Atender a tales requerimientos significa entender que la propia idea de auditórium entraña, por un lado, la memoria de los distintos lugares donde se interpreta la música y, por otro, el hecho de que las personas que allí acuden puedan fundirse en una sola, sin renunciar a su individualidad, para participar en un acontecimiento trascendente.
Unidad e individualidad que propician un ritual de especial recogimiento, que un día sólo pudo encontrarse en la naturaleza, algo que nos recuerda que el lugar para la música no tiene su origen, ni dentro de un edificio, ni en el centro de la ciudad. Por esto si las diferentes acústicas pueden ser comparadas con el comportamiento del sonido en condiciones tan distintas como el interior de una gruta o como el aire libre, en función de su reverberación más o menos larga, con similar analogía podríamos establecer que los auditorios se construyen evocando un fragmento de naturaleza en la ciudad.
El primer auditorio en el que intervinimos fue el Manuel de Falla de Granada, en su reconstrucción en 1986 tras un incendio que dejó su sala reducida a cenizas. Años después, en 2008 lo restauramos integralmente y su ingeniosa y medida sección ha sido escala de referencia constante. En el Falla, la perfecta acústica en la que colaboró Lothar Cremer, ingeniero que asesoró también a Scharoun en la Filarmónica de Berlín, se acompaña de un entorno mágico en el bosque de la Alhambra y de la poderosa y austera personalidad del músico al que está dedicado. Digamos que en este atlas de auditorios tan diversos ocupa un lugar especial pues explica que todos ellos son tan distintos porque obedecen a dar respuesta a las mismas cuestiones con las mismas herramientas de proyecto en lugares muy diferentes para personas muy diferentes.
Seguramente las formas y los materiales que construyen el espacio musical son determinantes porque consiguen hacer que el espacio «suene» de determinada manera, pero siguen siendo las personas las que le dan plenitud e intensidad social en la necesidad de unidad expresada a través de la música. El pensamiento del arquitecto necesita indagar en esa necesidad, antes de recorrer con su lápiz el dibujo de la planta y la sección del espacio musical, si desea hacer sentir qué, en realidad, un auditorio es un mecanismo capaz de “desplazarnos” sin movernos de la ciudad que habitamos, a una naturaleza exterior y lejana, que permanece ya sólo en nuestro imaginario.

