Iglesia de Els Trinitaris de Vic. Rehabilitación y reforma
3,00 €
Impuestos incluidos
Roldán + Berengué Arquitectes
Localización: Vic, Barcelona
Fecha: 2009
Fotografía: Jordi Surroca
Si James Turrell viniese a trabajar a la iglesia de Els Trinitaris (1741) disolvería el espacio y borraría sus límites para dejar solamente luz coloreada, brumas y halos. Miraríamos, y sería una gran lección porque la luz es lo que nos ayuda a ver y, en definitiva, todo lo que vemos es luz. Todo ello lo comprenderíamos en un instante, como un milagro que se nos desvela.
Tendríamos frente a nosotros acciones que suceden sin ningún material que se pueda tocar, sin mostrar la fuente que las producen y sin el rastro de las manos del que las ha generado. En cambio, Dan Flavin hubiese dispuesto sus fluorescentes en el suelo y escribiría con ellos en las esquinas, en horizontal, agrupándolos, formando cortinas, amontonándolos, esparciéndolos, repartiéndolos caligráficamente. Veríamos cómo letras corrientes forman palabras sencillas que articuladas producen súbitamente “el momento mágico”. Y también nos diríamos: lo entiendo todo, sé cómo repetirlo, yo mismo podría haber ensamblado esta escena.
Admiramos a los maestros Turrell y Flavin y por eso creemos que la arquitectura tiene siempre un “motivo físico” y el destino de “significar”. En Els Trinitaris la luz toma la forma de las gárgolas de las iglesias. Con esta colección de objetos que, como una metáfora tridimensional, son transportados desde “el fuera” “al dentro”, hemos querido evocar en este lugar interior y estático, esa otra espacialidad abierta, diáfana y cambiante de la luz solar.
Tendríamos frente a nosotros acciones que suceden sin ningún material que se pueda tocar, sin mostrar la fuente que las producen y sin el rastro de las manos del que las ha generado. En cambio, Dan Flavin hubiese dispuesto sus fluorescentes en el suelo y escribiría con ellos en las esquinas, en horizontal, agrupándolos, formando cortinas, amontonándolos, esparciéndolos, repartiéndolos caligráficamente. Veríamos cómo letras corrientes forman palabras sencillas que articuladas producen súbitamente “el momento mágico”. Y también nos diríamos: lo entiendo todo, sé cómo repetirlo, yo mismo podría haber ensamblado esta escena.
Admiramos a los maestros Turrell y Flavin y por eso creemos que la arquitectura tiene siempre un “motivo físico” y el destino de “significar”. En Els Trinitaris la luz toma la forma de las gárgolas de las iglesias. Con esta colección de objetos que, como una metáfora tridimensional, son transportados desde “el fuera” “al dentro”, hemos querido evocar en este lugar interior y estático, esa otra espacialidad abierta, diáfana y cambiante de la luz solar.
En esta habitación hay 24 soles de acero blanco; contienen luz, sonido, y el clima que renueva el aire del templo, como las maquinas de “la respiración perfecta” que dibujaba Le Corbusier. Esas gárgolas se han construido con un esfuerzo que sólo puede ser colectivo, se asoman desde la cornisa con un vuelo de un metro y pesan cerca de 70 kilos cada una. El nuevo suelo es una fina lámina de planchas metálicas de 1,5 mm depositada sobre el solado existente. El acero mantiene la calamina del alto horno como la huella dactilar que hace cada pieza diferente. El brillo y los reflejos oscuros del barniz provocan que cualquier visitante parezca andar sobre esta especie de piscina interior de profundidad infinita. E. me ha dicho que de día, con las puertas de la calle abiertas y las luces apagadas, las gárgolas le han recordado a nadadores que, a punto de saltar desde el trampolín de la cornisa, después volarían sobre el suelo liquido de la nave central.
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