Eduardo Souto de Moura. Un desasosiego inquietante (Parte I), ‘The dream before’.

En la publicación TC 124/ 125- Eduardo Souto de Moura Habitar. Arquitectura 2005- 2016, al comienzo del volumen, podemos encontrar este personalísmo artículo de la arquitecta portuguesa Graça Correia. Un texto de gran valor donde se profundiza desde el conocimiento y la amistad que los une, en la figura de Eduardo Souto de Moura.

El artículo está estructurado en dos partes, la primera, ‘The dream before’, que se desarrolla en esta entrada, y la segunda, ‘Progress’ que podremos disfrutar en la entrada siguiente, con la seguridad de que nunca antes hemos podido tener una aproximación tan veraz al arquitecto y su obra desde un ámbito tan cercano al mismo.

 

Parte I, The Dream Before

Eduardo Souto de Moura fue mi profesor en la FAUP hace 30 años – el mejor profesor de Proyectos que tuve y, naturalmente, le pedí trabajo antes incluso de acabar mis estudios.

Fue, desde luego inquietante, la primera conversación que recuerdo: “¿Graça, fuiste sola a Brasilia? Me gusta mucho Brasilia y la arquitectura de Niemeyer”…nadie más, desde Távora en 1º curso, me había dicho algo semejante hasta que llegué a sus clases en 4º. “Entonces, que hay de la crítica posmoderna y la defensa de la ciudad tradicional?” le pregunté, “me gusta la ciudad tradicional y siempre y cuando sea tradicional, pero no puedo producir la tradición…y el fracaso del posmodernismo fue precisamente esa mentira de realizar la historia de modo artificial, en poco tiempo”.

A esa primera inquietud se le unió otra todavía durante aquel año lectivo de 1986/87 cuando leí, en una de las primeras entrevistas que dio a la revista española Faces, aquello que aún hoy sintetiza, para mí, su visión: “Los cambios históricos fueron siempre puntuales en la arquitectura. La Turbinenfabrik, por ejemplo, realizada por Peter Behrens para la A.E.G. es un templo clásico, una expresión de continuidad. Pero las columnas se realizaron en acero: un pequeño detalle, una diferencia fundamental…Es mirando de esta manera las cosas que me resisto a creer en la idea de ruptura. Los cambios se hacen poco a poco, con avances y retrocesos”.

Mientras en las aulas teóricas nos mostraba cómo los arquitectos modernos realizaron (supuestamente) tabula-rasa del pasado, en las clases prácticas, Eduardo nos enseñaba como aprendió con ellos que las ideas del pasado constituían una herramienta muy útil para ampliar el campo problemático del proyecto y clarificar de manera culta nuestra acción en el presente llevando, eventualmente, a un futuro que será el nuestro. Algo que, estoy segura, aprendió con la atención con la que siempre acompañó la obra de Siza de quien se emancipó de modo tan natural, que la enorme influencia que recibe de él no resulta, en su propia obra, evidente o explícita. Es más, creo que es en el reconocimiento de este proceso que se identifica una Escuela de Oporto – una escuela que, a quien quiere aprender, no enseña respuestas, sino una manera de llegar a ellas a través de la práctica, en una larga tradición de profesores salidos de los estudios más activos de Oporto.

Eduardo Souto de Moura, Casa en Valongo
Eduardo Souto de Moura, Casa en Valongo

En la facultad y más tarde en el estudio, Eduardo insistía que la arquitectura moderna no representaba una ruptura con el pasado, sino una renovación de los instrumentos que permiten alcanzar con mayor precisión los objetivos de toda la historia de la arquitectura: “Se está viendo cada vez más el presente como un vínculo entre el pasado y el futuro, como decía Giedion”.

Más tarde, ya en Barcelona durante el doctorado, relacione esta convicción con el aforismo atribuido a Gaudí que Helio Piñón repetía (casualmente también entrevistado en aquella misma revista del 87): la ciencia se aprende con principios y el arte con ejemplos. De hecho, Eduardo enseñaba que el conocimiento en Arquitectura está inscrito en las propias obras y proyectos de arquitectura, resguardados de las interpretaciones reductoras. Sólo los profesionales de la teoría, tal vez por falta de dominio de la práctica, condicionaban (y condicionan) nuestra memoria histórica, negando indirectamente el estudio y la comprensión de un valioso legado de ideas e instrumentos muy operativos. Por eso, este desasosiego que nos enseñaba Eduardo puede hoy parecer natural, pero la verdad es que pocos como él tenían ya en aquella altura el distanciamiento necesario para desafiar el establishment, como los incrédulos que, no queriendo emparejarse con tan irreverente joven arquitecto, llegaron incluso a alejarlo (temporalmente) de la Escuela de Oporto. Pero eso son aguas pasadas…y el tiempo, como él dice, es más importante o al menos tanto como el espacio en la arquitectura.

Fue fundamental haber comenzado a trabajar con Eduardo en 1989, todavía estudiante, lo que me permitió seguir casi desde los inicios la consolidación de su papel en la arquitectura. Tenía en aquel momento, pocas obras construidas y se diseñaban en el estudio las páginas de su primera monografía para Gustavo Gili, pero ya era evidente que él perseguía su propia forma de expresión y que buscaba (de manera saludable) distanciarse de la influencia indiscutible que se extendía sobre todos en Portugal – Siza Vieira.

Allí aprendí que ordenar la realidad física, en tantas ocasiones confundida con obra de genios es, en gran parte, resultado de un aprendizaje lento y riguroso, muy culto, que la mirada afina y la convicción ética en determinados valores garantiza. Sólo de esta manera era posible ejercer la crítica a las construcciones del pasado que de manera natural venían a discusión en torno a un nuevo proyecto y la forma se pensaba siempre desde la perspectiva de su metamorfosis, siendo precisamente del rigor y precisión de su pensamiento crítico, – absolutamente característico de Eduardo – que resultaba la calidad de la nueva obra. Y el pasado era entonces una pre-existencia, otra condición práctica más del proyecto, como el lugar o el programa, que desaparecen en presencia de la obra. En la vos de otro desasosegado, “a cultura é um alimento mental, e o alimento para que nutra, tem que ser assimilado” …No obstante, mientras el poeta era múltiple y dentro de sí contenía varios yos que no se encontraban, es a través de los varios yos que Eduardo afirma ser cliente de sí mismo, que se promueve la síntesis entre el sentido común y el sentido de las formas – entre intuición y abstracción – estimuladas con un pragmatismo casi desarmante que se le reconoce de inmediato, pero en inquietante contradicción.

Eduardo Souto de Moura, Predio na Cantareira
Eduardo Souto de Moura, Predio na Cantareira

Y así pasaron seis años al son de Miles Davis a quien yo procuraba juntar una Laurie Anderson que, a su peculiar manera, mostraba en el álbum “Strange Angels” editado precisamente en 1989 cuando entré como colaboradora en el estudio, lo que es el Progreso cuando, en realidad, parecía estar hablando de la obra que allí se hacía.

Laurie, utilizando las palabras de Walter Benjamin al reflexionar sobre el cuadro de Klee que tenía en casa, el Angelus Novus, describe un ángel que parece estar preparándose para alejarse de algo que mira fijamente con las alas abiertas. El ángel de la historia, dice Benjamin, debe tener este aspecto – mira para el pasado que quiere recomponer, pero del paraíso sopla un vendaval que lo empuja imparablemente hacia el futuro y este vendaval es aquello que llamamos progreso.

A lo largo de estos años y hasta el día de hoy, por el cumpleaños, o en otras ocasiones, Eduardo me ha regalado repetidamente El Náufrago de Thomas Bernhard. Este libro parece confirmar sus obsesiones y cuando la germanista Teresa Seruya se refiere a él, confesando que lo que la fascina en ese autor viene de la revolución que provocó con la deconstrucción radical de la narrativa, de su artificialidad expuesta, de la autoreflexión en cuanto propio arte de narrar, parece estar hablando también sobre Eduardo. La estructura progresiva de un principio, medio y fin, ahora sustituida por la repetición, por “frases enredadas las unas en las otras”, asociación de ideas sugiriendo que el cerebro y el pensamiento son imparable en su dinámica, no en un sentido de novedad, sino “antes recurriendo al principio de la repetición que, tal y como el mar, el fuego o la música de Bach, nunca es repetitiva porque, de frase en frase, siempre hay una alteración”.

Graça Correia