El artículo de Tatjana Schneider, publicado en el libro «Housetag. Vivienda Colectiva en Europa» explora enfoques innovadores en el diseño y desarrollo de vivienda, en respuesta a la crisis de asequibilidad que enfrentan muchas personas en todo el mundo. Alejándose de la vivienda como mero bien de consumo, el texto examina proyectos que priorizan la construcción de comunidad, la sostenibilidad ambiental y modelos de propiedad alternativos.
A través de estudios de caso como La Borda en Barcelona y Kalkbreite en Zúrich, el artículo demuestra cómo la arquitectura y la tipología pueden servir como herramientas para enmarcar relaciones sociales más equitativas y enfrentar desafíos como el cambio climático. Más que centrarse simplemente en el diseño de espacios, estos proyectos integran aspectos de financiación, gobernanza y uso mixto, cuestionando nociones tradicionales de vivienda y propiedad.
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Topología y tipología
La expresión crisis de la vivienda ha sido muy utilizada estos últimos años para describir una situación cada día más grave en la que un gran número de personas se enfrenta a unos precios que no dejan de crecer y al consiguiente aumento de los desahucios y la indigencia.
Las razones son múltiples y presentan tantas variables como la situación específica del lugar donde se ubica cada vivienda y del que forma parte. Sin embargo, incluso cuando todo el mundo parece saber qué hacer con estas crisis de asequibilidad de la vivienda , las personas se ven abandonadas a su suerte para plantar cara a un mercado inmobiliario y de la vivienda más depredador que nunca, alimentado por una administración local sin muchas más opciones que continuar vendiendo terrenos a inversores privados, para quienes la vivienda es poco más que un bien de consumo con el que hacer dinero fácil a unos márgenes abrumadores.
En este contexto y ante unas condiciones tan complejas, los arquitectos han solido pecar de servilismo. No han querido fijarse en la cartera de valores de esos potentados que les asignan un encargo, definen un programa, escriben unas breves instrucciones y les extienden un cheque por su trabajo. Aunque estas interrelaciones son conocidas y, a menudo, objeto de discusión pública, los arquitectos no acostumbran a debatir las consecuencias de sus tejemanejes: a menos que guarde relación con las características técnicas de un espacio o de un edificio, el arquitecto no tiene por qué opinar de todo lo que viene después de firmar el contrato con su cliente. ¿Especulación? ¿Mercantilización? ¿Gentrificación? ¿Desplazamiento de las clases populares? Los arquitectos no definen su profesión con estas palabras. Prefieren hablar de intervención, remodelación, renovación, transformación o restauración.
Se trata de una situación compleja ―quizá más compleja de lo aquí expuesto― pero la actitud de «yo no puedo controlar lo que sucede con los edificios que proyecto» resulta evasiva, en el mejor de los casos. En el peor, sencillamente no resiste el análisis crítico, y el intento de lavarse las manos de los intereses del capital que los alimenta carece del más mínimo efecto.
Propuestas Innovadoras frente a la Crisis
Aun con todo, en medio de este desalentador panorama se vislumbran aquí y allá nuevos planteamientos que intentan comprometerse con la materialización de realidades, imaginarios y futuros muy diferentes, y que traen consigo un sinfín de nuevas dudas, pero también esperanzas.
La narrativa que se perfila a continuación sigue la huella de algunas de esas esperanzas en forma de iniciativas y ejercicios experimentales dispuestos a considerar la vivienda como algo más que un activo de los fondos de pensiones y organizaciones por el estilo. Nos habla del esfuerzo que conlleva la creación de vivienda asequible a partir de medios y medidas espaciales, y al mismo tiempo reconoce que centrarse en el espacio no es suficiente para abordar la multitud de problemas que han surgido durante las últimas décadas.

La Borda: Construyendo Comunidad a través de la Arquitectura
Tomemos el proyecto barcelonés de La Borda, que afirma: «Construimos vivienda para construir comunidad» . En este caso, la vivienda no es solo un espacio que pueda ser consumido por sus inquilinos o usuarios. Muy al contrario, se trata de un proceso colectivo que enmarca la iniciativa espacial en el contexto de las finanzas, el uso del suelo y el derecho de propiedad.
Desde una perspectiva tipológica, todo esto se estudia y analiza a través de la producción del espacio (diseño, construcción y uso) gracias a procesos abiertos y participativos, sin olvidar nunca que la intervención arquitectónica bajo la forma de un nuevo edificio construido de viviendas sigue teniendo una huella ecológica concreta y cuantificable, que debe ser tenida en cuenta junto a otros aspectos. Por ejemplo, en las unidades de alojamiento el espacio privado se reduce al mínimo para cederlo en abundancia a lo colectivo, que acoge e integra el barrio en el que se ubica el edificio.
Sea como fuere, el elemento clave de la asequibilidad de la vivienda es el modelo de cesión de uso, inspirado en el sistema Andel danés o en la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (FUCVAM). En La Borda, los edificios constituyen un bien colectivo mientras que el suelo donde se asientan las unidades de vivienda continúa siendo propiedad de la ciudad de Barcelona.


Kalkbreite: Un Modelo de Sostenibilidad y Cooperación
La Borda no es un caso aislado en absoluto. De hecho, en otros lugares del mundo se han organizado construcciones y sistemas similares. Destacable por su compromiso climático es el proyecto Kalkbreite, en el distrito de Wiedikon del centro de Zúrich. Lo que aparenta ser una manzana urbana común y corriente de siete plantas no tiene nada de habitual. Fue concebida y desarrollada por una iniciativa vecinal sobre un suelo arrendado al Ayuntamiento, y funciona como una cooperativa.
Para alcanzar el ambicioso objetivo del 2000-Watt Site in Operation [edificio en funcionamiento de 2000 vatios], los inquilinos deben compartir (muchas cosas: cuentan con una biblioteca de objetos, y es posible comer y trabajar juntos). El aparcamiento solo admite bicicletas y también el espacio privado es muy inferior a la vivienda media de Zúrich, por no hablar de Suiza.
Lo que tenemos ante nosotros con este esquema es un intento de contribuir a lo que suele denominarse justicia climática mediante la arquitectura y la tipología, pero también por otros medios. Incluso si este tipo de planteamientos no es la norma, deja claro cómo el diseño contribuye a encuadrar y ajustar las relaciones sociales y espaciales en el contexto del cambio climático.



Área Hunziker: Innovación y Diversidad Funcional
También en Zúrich, el área Hunziker es otra promoción emprendida bajo el estandarte de la Sociedad de 2000 Vatios.
En uso desde 2014/2015, es considerada un hito en lo referente a la construcción edificatoria con vistas al futuro y a la gobernanza participativa en la que se basan los principios cooperativistas. El esquema general también es denso, con una edificabilidad de 1,9 m2/m2 que no se consigue mediante un bloque perimetral, sino gracias al diseño de distintos tipos de villas urbanas de cinco plantas que salpican, aunque agrupadas, un gran solar.
En la actualidad, trece de estos edificios, que albergan un total de cuatrocientas unidades de vivienda, se yerguen sobre un antiguo solar industrial de 40 000 m2 de superficie, complementados con tiendas, restaurantes, oficinas, estudios para artistas, pisos para invitados, una guardería y una escuela. Como ocurre con el proyecto Kalkbreite, no se trata de una promoción urbana al uso.
Planta cara al despilfarro energético y a la idea, demasiado asentada, de que los edificios son bienes de consumo, listos para comprar y vender. En este caso, el planteamiento tipológico es crucial, ya que el esquema no encaja en categorías preexistentes. Es cierto que la mayoría del espacio construido se asigna a espacios que en un caso normal se considerarían viviendas, pero aquí nada es tan sencillo: las diferentes funciones y programas se mezclan y se solapan, cuestionando el sentido último de cómo y con quién vivimos la vida.
En cada uno de los esquemas presentados encontramos una variedad tipológica y programática que resulta hoy poco común. Lo que comparten los edificios y las grandes intervenciones urbanas es que han sido concebidos y diseñados alrededor de esa variedad y diversidad de usos y usuarios. No obstante, cuando hablo de diseño en este contexto no me refiero a lo que solemos entender habitualmente por esta palabra.
En principio, el diseño de pieles y envolventes, de vistas y perspectivas aisladas de otros contextos ni siquiera se aproxima a los planteamientos sociales, económicos y ambientales que necesitan los espacios donde habitamos (y vivimos, y trabajamos, y nos relacionamos) para arrimar el hombro en tiempos de múltiples crisis. Tal como se utiliza aquí, el término abarca una definición más amplia que incluye aspectos de financiación y gobernanza junto a reflexiones en torno a las relaciones sociales y espaciales.
Describir estos proyectos sencillamente como residenciales no es en absoluto suficiente para captar su intención y compromiso últimos. Por otra parte, estas inquietudes no se limitan a un país u otro de Europa o del resto del mundo. Se dirigen a unos planteamientos y conceptos edificatorios más amplios, presumiblemente mundiales, que no responden a demandas imperialistas, sino que están al servicio y cuidado tanto de sus moradores como del planeta. La mejora o transformación de estos ejemplos no supone la despreocupación por las consecuencias de nuestras acciones, ya sea como arquitectos o como ciudadanos. Todo lo contrario: son el germen de una visión de cómo podemos hacer frente a los retos de nuestro tiempo y qué elementos necesitamos para hacerla realidad.
Tatjana Schneider